El que la Naturaleza sea indiferente al hombre es una ilusión que no podría haber surgido a la existencia, sin la otra ilusión de que la tierra existe aparte del hombre. El espíritu sabe que la Naturaleza no es indiferente. En momentos de gran agonía o de gran exaltación, comprende que el espíritu de la Naturaleza es un compañero y un compañero que tiene el poder de hablar y el poder de ayudar. El ímpetu creador pulsa incesantemente en el corazón de nuestra hermosa madre esmeralda, que nos lleva como infantes desvalidos en su seno, mientras somos sus hijos, y nos da de su maravillosa abundancia para que podamos respirar, y bañarnos, y comer, y beber, y ser sostenidos en toda forma que necesitamos y pedimos de ella. Ella siempre arregla sus dones de acuerdo con las necesidades, sin equivocarse jamás. Ella es una donadora cuidadosa, que elige siempre lo que se necesita de sus almacenes vastísimos, y da siempre al que necesita. El derroche de la Naturaleza, que siempre se menciona contra ella como un reproche, es un derroche completamente físico y superficial, o, mejor dicho es solo aparente y no real. Los millones de semillas que terminan en la nada, desde el punto de vista físico, no son ni fracasos ni derroches. Físicamente, la materia que las compone es sencillamente reordenada, y espiritualmente el ímpetu que los hizo pasar el umbral de la materia, se ha convertido y vuelto a su origen. No es perdida alguna para ellas por cuanto no son seres que estén ocupados en una peregrinación para los cuales cada paso debía ser un paso de progreso, y cada paso atrás es un obstáculo en ese progreso. La hermosa Madre verde es la amiga del hombre, una esfera de graciosas entidades no-humanas que lo acompañan y sostienen durante su peregrinación. La infinita variedad de forma y belleza contenida en eso que llamamos Naturaleza, es la expresión de su amor y belleza espiritual, en lo que el hombre es capaz de apreciar mediante sus sentidos físicos; y estas formas jamás parecerían sólidas o de destrucción posible si no fuera por las ilusiones del cerebro humano. Una vez libertado de estas ilusiones, el espíritu del hombre reconoce que mientras para él, el nacimiento o la muerte son de vital importancia, para los espíritus de la Naturaleza no son más que una parte del juego de la vida. Para una de esas simientes de la Naturaleza, una encarnación no es más que una burbuja de jabón arrojada al aire. La Naturaleza está ocupada en hacer un hogar para el hombre mientras este lo necesite, y Ella pasa adentro y afuera de la esfera de la ilusión sin ser afectada por ello y sin darse cuenta del significado que el hombre da a las palabras nacimiento y muerte. Los psíquicos que han aprendido a ir lejos en la vida espiritual y a aportar el recuerdo a través del umbral hasta la conciencia física, nos hablan de las maravillosas formas de la Naturaleza, rebosantes de belleza, que han visto. Es evidente, por el testimonio de aquellos que han explorado de esta manera, que los espíritus de la Naturaleza rodean y sostienen a los espíritus de los hombres en las esferas espirituales. Donde los espíritus de los hombres se ven como formas translucidas, teniendo poderes y posibilidades ininteligibles para los hombres aún encarnados, también se ven formas translúcidas de flores y de árboles, de una belleza tal que es imposible expresarla en lenguaje humano. Y allí se ve también que hay una atracción y comunicación entre los espíritus de los hombres y los espíritus de la Naturaleza, en una forma desconocida para nosotros ahora. En el mundo etérico se ve que las flores que forman guirnaldas en los lugares de adoración, lo hacen así, porque así lo desean, lo mismo que las almas que allí van en adoración lo hacen porque también desean hacerlo. En los estados puramente espirituales, se ve mucho más claro que esta es la ley de la vida, gobernando el amor todas las cosas. En la vida terrestre el hombre toma y retiene; cuando su espíritu adelanta hacia los estados espirituales, encuentra allí que no puede existir tal “tomar y retener”. Todo cuanto rodea al espíritu y glorifica su vida, viene voluntariamente, por su propio gusto, como resultado del amor. Una gran crisis en la vida de un hombre, que lo liberte temporalmente de su cuerpo físico, lo hará sentir algunas veces que la Naturaleza es su amiga y compañera. Los hombres van a los campos y a los bosques en busca de la silenciosa sociedad que allí encuentran, y vuelven a su trabajo y luchan con los demás, fortalecidos y calmados por aquella. Pero en los momentos de agonía espiritual, el silencio queda roto por lo que parece un milagro. Uno que ha sufrido mucho me contó un incidente que se convirtió en un punto de vuelta en su vida. Cuando se encontraba al pie de un árbol, en la más profunda desesperación y dolor, el silencio de la Naturaleza se convirtió en lenguaje. El espíritu del árbol se inclino hacia la forma postrada a sus pies y la tocó, diciéndole con una voz llena de intensa piedad: “¡Pobre ser humano!”. El toque y la voz levantaron y despertaron al espíritu de su ciego sopor de dolor. Y levantándose lentamente maravillado y admirado, el hombre se recostó contra el árbol, y encontró fortaleza y sanidad en ese compañero compasivo y hermoso; y de nuevo emprendió su jornada.
jueves, 22 de septiembre de 2011
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