El 29 de mayo de 1919, el cielo que cubría Puerto Príncipe era plomizo y encapotado. Todavía más melancólicos se encontraban los ánimos de los dos científicos británicos, el astrónomo Arthur Eddington, de la Universidad de Cambridge, y Frank Dyson, del British Astronomer Royal, que habían viajado hasta este rincón del planeta en el golfo de Guinea para fotografiar estrellas durante un eclipse total de sol. Para ellos, la capa de nubes amenazaba con arruinarlo todo. Si podían captar imágenes nítidas de la lejana constelación de Tauro durante el breve intervalo de tiempo en que sería visible durante el eclipse, podrían confirmar o refutar la teoría general de la relatividad del físico alemán Albert Einstein. Hasta esa fecha, la teoría no había sido demostrada.
Entre otras cosas, las ecuaciones de Einstein afirmaban que la luz no siempre viaja en línea recta, tal como exige la lógica, sino que puede desviarse a su paso por las cercanías de un cuerpo estelar como el sol. Eddington y Dyson planeaban demostrar su hipótesis fotografiando la luz de un grupo de estrellas de la constelación de Tauro, que normalmente no se distinguiría, al pasar cerca del sol. Sólo el eclipse haría posible tomar las fotografías. Después, los análisis de las imágenes revelarían si la luz se había desviado o no. Sin embargo, la mañana había sido lluviosa, y ahora, al empezar el eclipse, parecía que sus respuestas iban a esconderse tras una capa de nubes.
Desesperados por tener éxito, los dos científicos guardaron sus telescopios, y he aquí que a medida que el eclipse se aproximaba a la totalidad, las nubes se alejaron lo suficiente como para tomar un par de buenas fotografías. Eddington se puso inmediatamente a trabajar analizando las imágenes y, tras tres días de intenso cálculo de las posiciones de las estrellas de Tauro en relación al Sol y a la Tierra, supo que había demostrado la teoría de Einstein. La luz de las estrellas de esta distante constelación se había desviado bajo la influencia del sol.
Aunque Einstein dijo después que estaba tan convencido de la firmeza de su teoría que había dormido durante todo el eclipse, otros científicos de todo el mundo no compartían en absoluto su indiferencia. Se daban cuenta de que, si se confirmaban las predicciones de Einstein, toda la ciencia tendría que adaptarse a una comprensión del tiempo y del espacio radicalmente nueva. Cuando se anunciaron los resultados de las observaciones de Eddington y Dyson ante la Real Sociedad Astronómica junto con evidencias corroboradas por un segundo grupo de científicos que había viajado hasta Sobral, en Brasil, la historia fue portada en todos los periódicos del mundo. El siglo XX se apresuró a felicitar a su genio, aunque sólo unos pocos en todo el planeta eran capaces de comprender sus ideas.
Las teorías de la relatividad de Einstein plantearon misterios de espacio y tiempo nunca soñados por pensadores de la antigüedad o por filósofos anteriores al siglo XIX. Mediante la observación, la experimentación y el establecimiento de conjeturas, los científicos, desde siempre, han perseguido los secretos de la naturaleza hasta los confines más alejados del espacio. Nos han dado unas nuevas y sorprendentes visiones del cosmos tan profundas, según su sentido propio de lo fantástico, como la creación de mitos en China, India y las tierras mayas.
Los cosmólogos y astrofísicos nos han tentado con profecías de viajes en el espacio, y han descrito las maravillas que encontraríamos, desde enjambres de galaxias hasta agujeros negros y estrellas de neutrones. La ciencia también ha alumbrado una teoría pareja a la relatividad, denominada mecánica cuántica, que explica los trabajos del universo en la escala más pequeña, en el campo de los electrones y otras partículas subatómicas, bajo unos conceptos que la teoría general de la relatividad de Einstein no puede explicar. Todavía quedan muchos enigmas pero, duda a duda, prueba a prueba, los científicos finalmente están llenando las lagunas de nuestro conocimiento que existían desde que los primeros seres humanos alzaron maravillados la vista al cielo.
1 comentario:
-Para poder resolver adecuadamente el enigma de la materia oscura, tenemos que aceptar que el interior de las estrellas es un agujero negro, donde reside la materia faltante e invisible que hace falta para explicar las altas velocidades orbitales.
- Si las estrellas son las fábricas de los elementos tienen que almacenarlos hasta su posterior liberación al explotar como supernovas.
- Las estrellas no pueden ser sólo plasma o esferas de hidrógeno.
-Los agujeros negros no son eternos.
- Las estrellas tampoco son eternas.
-Todos los cuerpos celestes se reciclan.
-Todos los agujeros negros explotan.
-Las explosiones cósmicas hacen parte del proceso cíclico normal del reciclaje energético: la gravedad concentra masa y las explosiones y colisiones la dispersan e impulsan los movimientos inerciales y orbitales.
-Las explosiones de rayos gama son también consecuencia de las explosiones de agujeros negros, ya sean solos, como centros galácticos, como núcleos estelares o como grandes atractores de grupos de galaxias.
- Los agujeros negros son de forma esférica y su horizonte de sucesos también es esférico.
Los núcleos de las estrellas son agujeros negros.
La capa externa, incandescente y visible de las estrellas está por fuera del horizonte de sucesos.
Las manchas solares muestran ocasionalmente el agujero negro en el interior del sol, a través de los espacios donde no hay actividad nuclear.
La información que tenemos sobre las estrellas es solamente sobre sus partes externas, o sea de las que están por fuera del horizonte de sucesos y de su interior no sale ninguna información y es allí donde reside la mayor parte de la materia oscura. Por eso se ha creído erróneamente que las estrellas son gaseosas.
Estas son afirmaciones del libro “Teoría sobre el Universo” si deseas tenerlo te lo obsequio, solicitándolo a: martinjaramilloperez@gmail.com
Publicar un comentario