Después de siglos de euforia, sobre todo durante los tres últimos en los que un inmenso mundo permanecía todavía cerrado y cargado de incógnitas, de tierras y conocimientos por descubrir, hemos desembocado en un fin de ciclo donde aquella euforia de la modernidad parece haber languidecido. Diríamos, incluso, que hasta nos ha decepcionado.
La salida hacia el Cosmos, la tímida aproximación hacia su inmensidad desconocida, la esperanza de que podríamos llegar un día a viajar por el tiempo y atravesar en un instante los límites inefables del espacio, cada uno de estos sortilegios se burlan ahora de nosotros a medida que pisamos el umbral de sus cambiantes fronteras.
Ante este panorama, recobra nuevo vigor el camino de las búsquedas interiores, cuyos misterios, pese a ser insondables, difíciles y hasta peligrosos, tienen siempre la contrapartida de las conquistas reales, tangibles y no abstractas; aquellas que, en definitiva, impulsan al ser humano hacia el encuentro con su propia realización, con su propia perfección.
Esta nueva perspectiva hace mudar todas nuestras concepciones de las cosas. La misma aventura a la isla desconocida, virgen y enigmática, que tanto nos atrae, se transforma en un viaje hacia el recuerdo de las claves de nuestro pasado, que son las de nuestro presente y las de nuestro futuro. Un porvenir en el que la propia Ciencia, ya más humilde que antaño, tiene algo que decir. Y una búsqueda que, en definitiva, siempre concluye en esos quiebros que la vida y la muerte -inseparables- sostienen incansables y siempre seductores. En el fondo, una osadía y un lance en el filo de lo invisible.
1 comentario:
Viajemos juntos, pues.
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