No caben dudas de que se ha dicho, escrito, impreso, gritado o gemido todo sobre la desgracia, salvo que nunca es la desgracia la que habla, sino cualquier charlatán dichoso en nombre de la desgracia; por otra parte, aquí se podría acusar en ese innoble sentido, es decir, hablar de desgracia como se habla de cortesía (tendríamos la conciencia sucia de ser unos groseros).
Se trataría de decir, escribir, imprimir, gritar, gemir que el vicio es una terrible desgracia, que el vicio es un abuso solapado y presuntuoso de su triste persona, que el vicio vestido de rojo es un magistrado o un cardenal, un policía antes que un asesino, en todo caso algo que reviste todo el siniestro y turbio aparato de la desgracia, lo que quiere decir también que, por supuesto, la desgracia es todo lo hipócrita y lo mudo. Además, las calles que nos gustan tienen la cara de la desgracia y uno mismo sólo pasa por ellas con figura de perro sarnoso. Más allá, nadie podría decir dónde y ni siquiera cuándo, cualquier cosa seguramente será posible, es decir que el enigma planteado por la desgracia se verá insolentemente resuelto bajo la forma del vicio. Motivo por el cual tan a menudo se dice: no hablemos de desgracias...
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