viernes, 8 de febrero de 2013

¿Acaso Dios no es justo?

Existen evidentes distinciones en la vida de los seres: unos son felices mientras otros son unos desgraciados; a unos la vida les sonríe mientras a otros les golpea severamente; unos alcanzan éxito, son ricos e inteligentes, mientras otros languidecen en medio de contrasentidos, limitaciones, miserias, enfermedades y problemas de toda índole. ¿A qué se debe esto? ¿Acaso Dios no es justo y misericordioso y trata a todos sus hijos por igual?
La respuesta a esta paradoja no la puede dar ninguna religión, ningún dogma, ni doctrina esotérica. Los males de la presente existencia son los frutos de causas indebidas y de grandes injusticias sembradas por cada cual en sus anteriores vidas y que ahora, en el presente, vienen a producir su debido efecto, sus frutos naturales, puesto que se cosecha solamente aquello que se siembra y no otra cosa distinta.
Esto lo explica la sabia Ley de la Reencarnación y su gemela doctrina del Karma. Esta ley enseña que detrás de todos los efectos visibles, palpables y cognoscibles que afectan al Universo y al hombre, cosas, planetas, personas, pueblos, historias y conformaciones, existen una serie de causas que le han dado origen y nacimiento, puesto que no pueden haber causas que no produzcan efectos, así como tampoco pueden haber efectos sin la existencia de causas previas que le han dado inicio.
Independientemente de que la gente lo sepa o no, crea en ella o no, las siete sabias leyes que rigen la marcha del universo entero en los tres planos de evolución consciente, se cumplen de manera fatal e inexorable. La razón del por qué algunos mueren jóvenes o nacen con defectos físicos y limitaciones, mientras otros disfrutan de salud plena, abundancia y dicha, la explica la Ley de Causa y Efecto, a través de sus manifestaciones de la Reencarnación y el Karma.
La reencarnación le permite al hombre entender su misión en el mundo y da respuesta cabal a las tradicionales preguntas del por qué y para qué se nace, qué estamos haciendo en este planeta, hacia dónde vamos, qué hay detrás de la muerte, cuál es el sentido de la vida y cómo hacer para descubrirlo a tiempo. Explica igualmente una vez entendida la cuestión conciencialmente, el por qué unos son felices mientras otros no, unos nacen con talento mientras otros son brutales y grotescos, unos son agraciados y gozan de gran aceptación en la sociedad, entre el sexo opuesto, etcétera, mientras otros son desagradables, repelentes y no logran alcanzar sus metas en la vida.
Detrás de lo que aparentemente es una injusticia visible, esta la justicia invisible. Esto todavía no lo ha comprendido la humanidad, porque han perdido la clave esencial que da la verdadera respuesta, que explica el por qué de tantas distinciones y diferenciaciones entre la humanidad: La Ley de la Pluralidad de Existencias o Reencarnación.
No es la primera vez que estamos en este mundo, ni la actual vida nuestra única existencia. Hemos nacido múltiples veces sobre el planeta, cada vez en nuevos cuerpos, siendo el alma la misma que regresa para aprender las grandes lecciones de la vida y sufrir pruebas y experiencias, dolorosas muchas y felices otras, para compensar errores anteriores. Lo bueno o lo malo que nos ocurre en la actualidad son los efectos de las causas buenas o malas del pasado, las bondades o las maldades que cometimos contra el prójimo, el altruismo o las barrabasadas, las vivezas, las crueldades y falta de tolerancia, las calumnias y los crímenes ejecutados en el terrible ayer del cual nada recordamos. He ahí un asomo de tan grande justicia: cosechamos lo que hemos sembrado y los frutos recogidos no son otra cosa que la mensura que se nos está aplicando con la misma vara que medimos a los demás. ¿No fue eso lo que dijo Jesús?
La muerte no es el final de un individuo, así como tampoco el nacimiento es su comienzo. Sin la comprensión de la Ley del Karma y la Reencarnación, el hombre no es capaz de saber cómo están constituidos los planos superiores evolutivos de donde el alma desciende hacia la vida al encarnarse en el cuerpo físico.
La tarea de la evolución es larga, muy lenta, penosa y difícil, debido a que el hombre por su libre albedrío, escoge y traza su propio destino. Nadie le va a obligar a hacer tal o cual cosa, o a abstenerse de tal comportamiento o actitud. Él solo traza su vida y se compromete o se libera. El llamado de los sentidos y el deseo de poder, supremacía, dominio, etc. y la incorrecta justicia o el mal proceder, lo retendrán por muchísimo tiempo en los mundos densos e inferiores tal como este planeta Tierra, donde el nivel espiritual de evolución es bajo y por ello se le tiene como un lugar de sufrimientos y miserias.
La ley del Karma ata al hombre pasional, injusto y malvado a la rueda de múltiples nacimientos dolorosos para que pueda reparar sus errores y extralimitaciones, si hizo el mal o para experimentar nuevas peripecias y sucesos agradables, si hizo el bien, todo en aras de la propia evolución de cada uno, de su propio bien. A los cielos no se llega sino cuando la purificación del ser sea total y los pecados y debilidades redimidos. Mientras exista maldad o dureza en los corazones, mientras el hombre no se proponga de una vez por todas a ser recto, honesto, justo, bondadoso y bienintencionado, dominador de su naturaleza inferior, nacerá decenas de veces en situaciones y circunstancias donde el mismo mal que aplicó a los demás, le será aplicado a él, puesto que con la vara que medimos al prójimo, tarde o temprano seremos medidos. Y ojalá esa medición sea hecha en la actual existencia y no nos sorprenda la muerte con esa falta a cuestas, porque sería peor el resultado al renacer.
Mientras exista un atisbo de injusticia, de codicia y arrogancia y apegos a toda naturaleza, crueldades y ansias exageradas por el oro y las posesiones, mala fe y desamor en los corazones, o cuando por razones cósmicas, en la presente encarnación el hombre no ha expiado ni reparado el mal cometido contra otros en anteriores existencias, deberá volver a la carne, a nacer en mundos tridimensionales como este, mejores o peores, según como sea lo que nos merezcamos a los ojos de la Justicia Divina y lo que uno mismo ha escogido antes de nacer.