domingo, 12 de septiembre de 2010

El amor

El Amor comienza con un destello de simpatía, se substancializa con la fuerza del cariño y se sintetiza en adoración.
Un matrimonio perfecto es la unión de dos seres; uno que ama más, otro que ama mejor.
El Amor es la mejor religión asequible. Hermes Trismegisto, el Tres veces grande Dios Ibis de Toth, escribió en la Tabla de Esmeralda la siguiente frase: "Te doy Amor en el cual está contenido todo el sumum de la sabiduría". Y realmente el Amor en si mismo es el extracto de toda sapiencia, pues escrito está que la sabiduría en última síntesis se resume en amor, y el amor en felicidad. Cuando el ser humano está enamorado, se torna noble, caritativo, servicial, filantrópico. Se encuentra en estado de "extasis". Si se haya ausente del ser que adora, bastaría un simple pañuelito, o un retrato, o un anillo, o cualquier recuerdo para entrar en estado de "extasis". Así es el Amor.
El Amor es una efusión, una emanación energética que fluye desde lo más hondo de la conciencia. Es, dijéramos, un sentido superlativo de la conciencia. La energía cósmica que fluye del fondo de nuestro corazón estimula a las glándulas endocrinas de nuestro organismo, las pone a trabajar. Entonces, muchas hormonas son producidas, y ellas inundan los canales sanguíneos y nos llenan de una gran vitalidad. En la Grecia antigua, la palabra 'hormona' significa "ansia de ser, fuerza de ser". Observemos a un anciano decrépito, bastaría ponerlo en contacto con la mujer, bastaría que estuviese enamorado, para que místicamente se exaltara, entonces sus glándulas endocrinas producirían abundantes hormonas que inundando los canales sanguíneos los revitalizarían extraordinariamente. Así es el Amor.
El Amor revitaliza, el Amor despierta en nosotros innatos poderes del Ser. Cuando verdaderamente se está enamorado, se torna el ser humano intuitivo, místico, en tales instantes presiente lo que en un futuro le ha de suceder, y muchas veces exclama: "Me parece que esto es un sueño, me temo que más tarde tú habrás de encontrar a otra persona en tu camino". Tales presentimientos intuitivos, a través del tiempo y de la distancia, se cumplen exactamente. Así es el Amor.
En Europa -también en los Estados Unidos- existe una orden maravillosa, quiero referirme a la Orden del Cisne, tal institución analiza científicamente los diversos procesos de eso que se llama Amor. En la India, el Amor siempre ha sido simbolizado por el Cisne Khala Hamsa, el cual flota maravillosamente sobre las aguas de la vida. Realmente el Cisne alegoriza en forma enfática las dichas inefables del Amor. Así, observemos un lago cristalino donde una pareja de cisnes se desliza sobre las purísimas aguas donde se refleja el cielo, cuando uno de la pareja muere, el otro sucumbe de tristeza. Y es que el Amor se alimenta con Amor. Amar, cuán grande es amar. Solamente las grandes almas pueden y saben amar, así dijo un gran pensador.
Observemos a las estrellas girando alrededor de sus centros de gravitación universal, se atraen y repelen, de acuerdo con "La Ley de Imantación Cósmica". Se aman, y se vuelven nuevamente a amar. Muchas veces se ha visto que los mundos se acercan, que resplandecen, brillan en el firmamento de la noche estrellada, de pronto algo sucede, "¡una colisión de planetas!" exclaman los astrónomos desde sus torres maravillosas... ... ... Amor, sí, se han acercado demasiado, se han fusionado sus masas, se han integrado con la fuerza del cariño, se han convertido en una nueva masa... he ahí el milagro del Amor en el firmamento.
Observemos nosotros a la flor, los átomos de las moléculas en la perfumada rosa de ambrosía bañada por los rayos de la luna en la noche estrellada a la orilla de la fuente cristalina nos hablan de Amor. Giran esos átomos alrededor de sus respectivos centros nucleares, obviamente la molécula en sí misma es un sistema solar en miniatura. ¿Por qué los átomos allí giran alrededor de su centro de gravitación como los planetas alrededor del sol? Atraídos por esa fuerza maravillosa que se llama Amor...
Escrito está que si todos los seres humanos sin diferencia de raza, sexo, casta o color, abandonaran siquiera por un minuto sus resentimientos, sus venganzas, sus guerras, sus odios, y se amaran entrañablemente, hasta el veneno de las víboras desaparecería. Y es que el Amor es una fuerza cósmica, una fuerza que surge del vórtice de todo núcleo atómico, una fuerza que surge del vórtice de cualquier sistema solar, una fuerza que surge del centro de cualquier galaxia, una fuerza extraordinaria que debidamente utilizada puede realizar prodigios y maravillas como aquellos que realizara el divino Jesús de Nazaret a su paso por la tierra. Así es el Amor.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Mario Roso de Luna

Roso de Luna es un teósofo que me merece positivo respeto como persona de hondo pensar y de mucha ciencia, y estoy seguro de tener sobradas razones para decir que el autor de En el Umbral del Misterio, al modo de los ígneos cuerpos de las regiones estelares, brilla en el cielo de la teosofía con luz propia, con la potente luz de una inteligencia que en sí guarda la inextinguible lumbre de una poderosísima intuición.
Cuando Roso de Luna llamó a las puertas de la Sociedad Teosófica, ésta pudo sentir la más legítima de las satisfacciones. Demandábale el paso un hombre de ciencia, un sereno y original contemplador de las verdades universales, un teósofo iniciado, no por las rapsódicas enseñanzas de cualquier propagador de más o menos teosófico fuste, sino por la iluminación del espíritu, por la luz que en la mente engendra la alta reflexión de los misterios del Universo, cuando asciende a las ignotas regiones de lo infinito, pidiendo fuerza a la inspiración del genio, y alas a la lógica y al saber.
Como el gran matemático Wronski, Roso de Luna, profundo conocedor de la ciencia de la cantidad, elévase desde este campo al de las más altas concepciones de la Metafísica del Ocultismo; como los ilustres Zoëllner, Gauss, Helmoltz, Lobatschewsky, Riemann y Spotiswoode, el estudio del Álgebra y de la Geometría le lleva al de la cuarta dimensión de los cuerpos y otras sucesivas, y así Roso de Luna halla una feliz demostración de los diversos planos de la existencia substancial, demostración matemática de un valor definitivo, que nunca los teósofos le podrán agradecer bastante; como el renombrado Crookes, aplica a la física el estudio de las seriaciones numéricas, y halla formada por la naturaleza misma la prodigiosa pauta de fuerzas conocidas y de lugares de la serie que corresponden a las ignoradas; estableciendo una elocuente identidad entre lo que la ciencia ya sabe y entre lo que la doctrina esotérica descubre; como los ilustres químicos Wendt y Mendeleef, pide al número y a la serie, el gran misterio de la unidad de la materia, y al hallarle, redime a los alquimistas, con elocuentes razonamientos, de un injustificado desdén; como astrónomo, el autor de En el Umbral del Misterio, que goza de una reputación bien
merecida y es descubridor de un cometa que lleva su nombre, establece las bases de una científica explicación del origen y desarrollo de los mundos, donde impera el criterio del Ocultismo, y como antropólogo y arqueólogo halla en ciertas piedras de Extremadura (España) curiosísimas revelaciones, legadas por una remotísima antigüedad en raros monumentos jeroglíficos y paleográficos, donde, por el análisis de hábiles cronologías sidéreas, Roso de Luna descubre el testimonio histórico de la Humanidad que pobló el famoso continente de la Atlántida.
Sí, puedo asegurarlo. Roso de Luna obtuvo esa iniciación en los más altos misterios de la ciencia por esfuerzo propio, antes de que a nadie oyera hablar de la Teosofía ni del Ocultismo; y cuando supo lo que predicaban estas doctrinas, cuando leyó algunas publicaciones de esta clase, regocijado por la tan, al parecer, sorprendente coincidencia de opiniones, buscó con ansia a sus desconocidos hermanos en creencias y apresuróse a brindarles su más incondicional adhesión y concurso. Así fue como Roso vino a llamar a las puertas de la Sociedad Teosófica, en España; así fue como Roso se incluyó en las huestes de los teosofistas, y así fue como los teosofistas españoles pudieron incluir en sus cuadros un nombre digno de tanto respeto.
Roso de Luna ha escrito mucho. En su casa albergaba cierta caja donde tenía escondidos sus originales y los periódicos en que se iban publicando fragmentariamente mil análisis y observaciones suyas. Había allí un hermoso caudal, un tesoro de trabajo hecho, que se propuso ir dando a luz en una serie de libros, al que pertenecen En el Umbral del Misterio o uno anterior, titulado Hacia la Gnosis. En el orden de su aparición, les precedía otro editado en París y puesto en francés por el señor Toro y Gisbert, que se titula Evolución Solar y Series Astro–Químicas.
Declaro francamente que ésta es la obra más revolucionaria en el campo de la astronomía que conozco, y que la empresa de atacar en sus propios fundamentos a la teoría cosmológica de Laplace implica una gran convicción y un enorme atrevimiento, que haría vacilar al ánimo más decidido. Cuando la leí, quedé maravillado: nunca pude imaginar que existiesen tan admirables y originalísimas maneras de ascender al conocimiento y comprensión de la vida de los astros, desde el punto de vista del análisis numérico, para crear una astronomía tan nueva (en los países de la cultura occidental) como hermosa y exacta. Y en este libro, donde marchamos de sorpresa en sorpresa, ponen coronamiento a toda admiración dos capítulos finales denominados Nuestras ideas y el mito y Los atlantes de Extremadura, que desentrañan el valor positivo de remotas tradiciones de países y de razas que existieron en el mundo hace muchos, muchísimos miles de siglos.
Pocos meses después de haber aparecido este trabajo, Roso de Luna publicó Hacia la Gnosis, y ¡caso curioso! para tal libro, entre los muchos editores que en Madrid había, sólo la tan bien reputada casa del inteligente y simpático Gregorio Pueyo aceptó con verdadero placer la misión de editar la obra.
Hacia la Gnosis es un conjunto de estudios donde el autor esparce algunas de sus teosóficas ideas, y de tan sencillo modo como con atrayente forma de literaria creación, consigue que resulten agradables y llanamente accesibles temas de ciencia y de filosofía de carácter tan especial como metafísico y abstruso. En el Umbral del Misterio prosíguese la labor comenzada en Hacia la Gnosis, y tanto éste como el otro libro contienen todo un mundo de ideas; pero un mundo novísimo, donde por sucesivas graduaciones la mente pasa, sin esfuerzos ni violencias, del plano de los fenómenos más vulgares de la vida orgánica e inorgánica, al de las fuerzas ignotas y al de los principios de creación que constituyen el gran secreto de la Ciencia Oculta.
La significación de Roso de Luna como teósofo es muy alta; no pocos tropiezos y obstáculos tuvo que vencer, y no pocas rémoras se opusieron al feliz desarrollo de sus proyectos. Pero Roso era un hombre todo voluntad, y llegó a conseguir lo que deseaba.
¿Ayudas…? No lo penséis; no las ha encontrado… ¿Descrédito…? ¡Oh!, eso, constantemente. Y por si no bastaba la terca prevención de los que ni hacen ni dejan hacer, tampoco han faltado los que dicen que la labor de Roso es obra de locura. ¡Es claro…! ¿Cómo no ha de parecer loco quien piense y proceda sin el menor estímulo de personal interés, en estos días en que tanto abundan las opiniones fundadas en el tanto por ciento, o en los fervores de la egolatría…?
Sí; la enorme, la estupenda locura de Roso estaba en la nobleza de corazón que le impelía a ser, desde el primer momento, un gran amigo de cuantos le hablaban, y en sus altos modos de pensar, que le obligan a sacrificarlo todo por la idea. Todos comprendemos que de sobremesa, cuando está bien harto el estómago y libre el espíritu de preocupaciones enojosas, se dediquen unos instantes a hablar de raras teorías, de creencias esotéricas, de amor intenso a la Humanidad y de consagrar lo mejor de la vida a la práctica del bien y al estudio de altas cuestiones; pero si se trata de dejar esas comodidades de la vida, de exponerse a recibir grandes sufrimientos y sinsabores, de perder hasta el propio reposo, por dar un paso hacia la luz en la dolorosa vía de adversidades que el mundo abre a toda idea nueva, entonces los ánimos faltan, los admiradores desaparecen, y sólo los locos quedan, los locos que saben sacrificarse en aras de un purísimo amor a la Verdad y al Bien.

viernes, 3 de septiembre de 2010

La India

La India se localiza entre el Océano y la Himalaya, con montañas altísimas, grandes ríos y numerosos arroyos, en cuyas márgenes abundan toda clase de sabrosos y delicados frutos, canela, ananás, palmeras y vides; en ellos pacen cuantiosos rebaños, y por las vías fluviales llegan de lejanas regiones navegantes que dejan su dinero en cambio de abundantes y variados productos. El valle de Cachemira ostenta, particularmente, innumerables riquezas; el monte Meru es el Olimpo de los dioses, y el Indo, que atraviesa el Punjab, o tierra de los cinco ríos, que a su izquierda desembocan, como a la derecha el Kabul, convierte en delicioso jardín el Delta que en su desembocadura se formó. El Ganges fluye al golfo de Bengala, después de haberse unido al Brahmaputra, cuyos beneficios son tantos, que es adorado como una divinidad. Este y otros muchos ríos facilitan la navegación, y, por lo tanto, el comercio.
La gente es pacífica y benévola como el país, y evita todo daño, no solamente al hombre sí que también a los animales; se alimenta de leche, arroz y frutos; resiste con paciencia las fatigas y la opresión; es aficionada a contemplar y meditar; posee, en fin, una civilización tenaz que resistió a la conquista de los macedonios, de los musulmanes y de los ingleses.
La antigüedad consideró a la India como la cuna de los grandes sabios, pero la conocieron muy poco; Alejandro Magno no pasó de Idaspe, ni los sabios que lo acompañaban entendieron una civilización que tanto se diferenciaba de la helénica. La fantasía, que es la cualidad predominante de aquel pueblo, creó fábulas millones de millones de años ha, poemas inmensos, y monumentos ya exterminados. El año de cada Dios es de 360 años; y cada Dios vive 12.000 años divinos, lo que equivale a 4.520.000 años humanos, o sea un día de Brahma. Cada edad del mundo (calpa) es la vida de un Dios, y se divide en cuatro yugas o épocas, durante las cuales el espíritu creador se aleja cada vez más del vigor primitivo. Por consiguiente, los acontecimientos humanos son cosas demasiado insignificantes para que se tengan en cuenta: no hay historia ninguna; los hechos ciertos de aquel gran país no empiezan hasta mil años después de Cristo, pero los fabulosos fueron estudiados atentamente por los grandes críticos e historiadores.
Son puntos principales de la historia de la India la metempsicosis y la división por castas. Cada alma es una emanación divina degradada, que debe pasar por diferentes existencias, hasta que vuelva purificada a la divinidad. Por esto cada acontecimiento se considera como un castigo o premio de una vida anterior; solo los hijos pueden sufragar por los padres difuntos; se debe respeto a los animales, a las flores y a todo lo creado, porque pueden estar animados por nuestros progenitores. Mientras que no se mata al buey y se fundan hospitales para los perros, el pobre menesteroso es abandonado, como víctima de sus propios pecados; no se teme a la muerte porque es el tránsito a otra vida. En las fiestas de Jagrenat, un enorme carro con este ídolo encima marcha entre músicas y cantos, y los fanáticos se precipitan debajo de las ruedas para hacerse aplastar. Cuando muere un jefe de familia, se quema a sus mujeres en una hoguera.
Toda la filosofía y teología consiste en alejarse de las cosas mundanas, perderse en la esencia infinita y llegar a la aniquilación.
Las castas probablemente se derivan de la yuxtaposición de las diferentes poblaciones, pero los antiguos historiadores dicen que el rey Krisna dividió a los indios en cuatro castas; en la primera, colocó astrólogos, médicos y sacerdotes; en la segunda los magistrados; en la tercera los agricultores; y en la cuarta los artesanos; estas castas toman el nombre de Brahmanes, Chatrias, Vasias y Sudras, quedando prohibida su mezcla. Los Brahmanes conservan la ciencia, depositada en los Vedas, usando riguroso ceremonial; no comen con otras castas; no matan; es delito inexplicable matar a uno de ellos; al que moría le honraban con cantos de los Vedas, lo quemaban después y se echaban al Ganges sus cenizas.
Manú fue legislador de los Chatrias; estos habían de defender el territorio, en donde la naturaleza del clima hacía escaso el valor.
Los Vasias cultivaban los campos y criaban rebaños, y nunca se los hacia abandonar tales ocupaciones, ni siguiera para guerrear; animado era su comercio, y sobre todo por el Ganges importaban arroz, a cambio de especias, piedras preciosas, perlas, incienso, sándalo, metales finos y algodón, con el cual hacían finísimas telas (sindor); procurábanse la seda de la China; y conocieron muy pronto la moneda y las letras de cambio. Con el tráfico se ofrecían ocasiones para
peregrinaciones a los santuarios del Benarés y de Jagrenat.
La casta de los Sudras no podía leer los Vedas, y su mayor vanagloria consistía en servir a un Brahmán, a un negociante o a un guerrero; eran siervos, pero no tan envilecidos como los esclavos; y quizá eran la raza indígena, reducida a la servidumbre, a la llegada de los Arios u otros más fuertes, representados por las dinastías del sol y de la luna.
En último término y aislados vivían los parias, execrados de Dios y destinados a expiar enormes culpas de una vida anterior; ellos sufrían todas las humillaciones; podía matarlos el guerrero a quien se aproximaban; les era negada hasta la simpatía que se tiene a los animales.
Parece que en un principio no se creyó más que en un solo Dios, Brahma, quien se encarnó en los Vedas para revelar la voluntad divina, y siguiose una nueva encarnación de Siva. El bramismo añadió a las fiestas sencillas del principio, orgías, obscenidades y crueles sacrificios. Estos fueron atemperados por Visnú, verbo de Brahma, divinidad activa; de este modo se formó una trinidad (trimurti ) expresada por la palabra oum, de tres letras y una sola sílaba.
La palabra de Brahma está comprendida en los cuatro Vedas, libros inspirados, que parece fueron publicados 1.500 años antes de Jesucristo, ordenados por Viasa, y prohibidos a los profanos. El primero comprende el de los Sastras, es decir, de los grandes cuerpos de la enciclopedia oficial; el segundo contiene en cuatro libros, la medicina, la música, la guerra y las 64 artes mecánicas; en el tercero hay seis libros de ciencias; y en el cuarto los Puranas, cometarios de los Vedas, donde se encuentran sublimes bellezas mezcladas con absurdas extravagancias, y terribles supersticiones. En este se explica la vastísima mitología de que tanto tomaron los griegos, como mucho tomaron también de la filosofía india, dividida en las escuelas Sankia, Niaya, y Vedanta; muy provistas todas de vasta literatura, encaminadas a purificar las almas, de manera que vuelvan a la nada. Su parte práctica se halla contenida en el Darma Sastra, recopilado por Mauri, 12 siglos antes de Jesucristo, y que también conduce al panteísmo.
Buda, Dios en el cielo y santo en la tierra, donde dejó huellas de grandes prodigios y beneficios, predicó una moral tan sabia como austera, la unidad de Dios, la igualdad de los hombres y los cinco mandamientos, que son: no matar a ningún ser viviente, no robar, no fornicar, no mentir y no beber ningún licor que embriague. Todo, empero, quedaba viciado por el panteísmo y por la emigración, creyendo el hombre que podía purificarse gradualmente hasta convertirse en Dios.
Sakia Muni, llamado Buda, tuvo el valor de intentar la abolición de las castas, proclamando la igualdad entre los hombres.
El budismo fue también dividido en muchas sectas; difundiose por el Asia Inferior, pasó al Tibet y a la China, y es hoy una de las religiones que con más sectarios cuenta.
El país estaba divido entre varios reyes, que a menudo luchaban entre sí, despóticos en todo, a excepción de aquello en que se veían paralizados por los Brahmanes, por los privilegios de las castas y por la organización feudal de los gobernadores de provincia. En este país todo está sometido regular e infaliblemente a un sistema determinado, a fin de que no se alteren las costumbres con las conquistas; costumbres que, por el contrario, se comunican a los vencedores.
La benevolencia universal, la tranquila industria y la fácil imitación de las artes son enseñadas a los muchachos; las generaciones se ocupan frecuentemente en solemnidades y obras piadosas; generaciones que, por su infalible división en castas, se hallan en la imposibilidad de progresar; la autoridad prevalece sobre la libertad; son misterios la religión, la cronología, la medicina y la astronomía, por lo cual se sujeta el hombre a la inevitable fatalidad.
Muy espléndida es la literatura india, en la lengua sánscrita es decir perfecta; pues parece que es la madre de la griega y la latina, pero más regular, más sencilla y más rica. La poesía está íntimamente unida a la ciencia, hallándose en verso muchos libros filosóficos y el código de Manú, las cosmogonías y las teofanías; en grandes poemas se canta la encarnación de los dioses. Los poemas más famosos son el Ramayana, que celebra la victoria de Rama, es decir Visnú encarnado en Bavana, príncipe de los demonios; y el Mahabarata, sobre otra encarnación de Visnú, compuesto de 250.000 versos, con algunos episodios muy atractivos. La vida más larga no bastaría para leer todas las poesías épicas, líricas y trágicas de la India.
Muy célebres son también los monumentos artísticos; aún se admiran las inmensas pagodas y las
divinidades de aquel país, pero su extravagancia no vale la belleza griega, para la cual era necesario expresar las ideas más sublimes, no en símbolos, sino en humanas figuras. En la India, la belleza artística está unida al símbolo y a numerosos rituales, y el arte no puede tomar libre desarrollo, por cuanto busca más bien la precisión del emblema que la elegancia de las formas.
En tal estado ha permanecido el arte en la India, siendo el artista mero ejecutor del pensamiento y de la imagen sacerdotal, y trabajando con infinita paciencia y extraordinaria minuciosidad, los basaltos y los pórfiros más duros. Los Griegos fueron los únicos que supieron crear y ejecutar sus obras, aunque no por esto pueda decirse que fuesen los creadores del arte. Este empezó en la cabaña del nómada y del lacustre, quienes dan cierta ornamentación a sus habitaciones y a sus utensilios domésticos; y en las grutas que fueron refugio de los hombres trogloditas, y de que están llenas las regiones de la India.
Sigue la fabricación de enormes peñascos, atribuida a una raza robustísima llamada de los Cíclopes, formando grandes murallas de granito, a menudo groseras y poligonales, y sin cimientos, como lo son los muros de algunas ciudades.
Entre los Indios, este trabajo grosero ha sido reemplazado por el arte y el sentimiento de lo bello, conforme a las creencias y al espectáculo de una naturaleza gigantesca.
Los granitos del Himalaya y de Cachemira, fueron esculpidos sin moverlos, dándoseles la forma de cámaras y templos, y construyéndose hasta las maravillas de las siete pagodas de Mahabalipur, con siete templos, donde todas las paredes estaban adornadas con efigies de divinidades, y escaleras, corredores, pórticos, columnas y numerosas estatuas, todo adherente a la roca. Cerca de Bombay, hay una peña cortada en forma de elefante, por lo cual se da el nombre de Elefanta a una catacumba de 44 metros de ancho por 45 de largo, con siete naves, sostenidas por 54 pilares, de diferente forma y ornamentación, como flores, leones, elefantes, caballos y divinidades. Hállanse muchas otras grutas parecidas a esta, siendo la más notable la de Ellora, en el Decán, en cuyo granito rojo muy duro, hay excavaciones de más de seis millas, con templos, obeliscos, capillas, puertas y estatuas; todo está puesto encima de las espaldas de una hilera de descomunales elefantes. En otras partes, destacándose del suelo, el arte construye templos, labra columnas, coloca obeliscos y ornamentaciones tan finas como los encajes, y centenares de estatuas. Levanta peñas y las dispone armónicamente abiertas a la luz. En el Romesuram, las piedras, alternativamente horizontales y transversales, son cubiertas de esculturas; hállanse muros de cien pies de altura, con un pórtico sostenido por 2.500 pilares de esculturas caprichosas. La pagoda más insigne es la de Chalembrum, de 4.000 años de existencia; se entra en ella por cuatro puertas; cada una de ellas presenta una pirámide de 37 metros de altura, con columnas unidas por medio de una cadena, extraído todo de una misma peña, y con desmesurados colosos, que hacen pensar a Heródoto que Semíramis hizo tallar el monte Bagistán de tal manera que se hallaba representada entre centenares de guerreros.
En las ciencias naturales, poco podían progresar los Indios, puesto que no buscaron más cuestiones que las religiosas. Pero ellos inventaron el ajedrez, el papel de algodón, una esfera armilar, diferente de la ptolomaica, un sistema de trigonometría, el álgebra y las cifras que llamamos arábigas.