domingo, 5 de septiembre de 2010

Mario Roso de Luna

Roso de Luna es un teósofo que me merece positivo respeto como persona de hondo pensar y de mucha ciencia, y estoy seguro de tener sobradas razones para decir que el autor de En el Umbral del Misterio, al modo de los ígneos cuerpos de las regiones estelares, brilla en el cielo de la teosofía con luz propia, con la potente luz de una inteligencia que en sí guarda la inextinguible lumbre de una poderosísima intuición.
Cuando Roso de Luna llamó a las puertas de la Sociedad Teosófica, ésta pudo sentir la más legítima de las satisfacciones. Demandábale el paso un hombre de ciencia, un sereno y original contemplador de las verdades universales, un teósofo iniciado, no por las rapsódicas enseñanzas de cualquier propagador de más o menos teosófico fuste, sino por la iluminación del espíritu, por la luz que en la mente engendra la alta reflexión de los misterios del Universo, cuando asciende a las ignotas regiones de lo infinito, pidiendo fuerza a la inspiración del genio, y alas a la lógica y al saber.
Como el gran matemático Wronski, Roso de Luna, profundo conocedor de la ciencia de la cantidad, elévase desde este campo al de las más altas concepciones de la Metafísica del Ocultismo; como los ilustres Zoëllner, Gauss, Helmoltz, Lobatschewsky, Riemann y Spotiswoode, el estudio del Álgebra y de la Geometría le lleva al de la cuarta dimensión de los cuerpos y otras sucesivas, y así Roso de Luna halla una feliz demostración de los diversos planos de la existencia substancial, demostración matemática de un valor definitivo, que nunca los teósofos le podrán agradecer bastante; como el renombrado Crookes, aplica a la física el estudio de las seriaciones numéricas, y halla formada por la naturaleza misma la prodigiosa pauta de fuerzas conocidas y de lugares de la serie que corresponden a las ignoradas; estableciendo una elocuente identidad entre lo que la ciencia ya sabe y entre lo que la doctrina esotérica descubre; como los ilustres químicos Wendt y Mendeleef, pide al número y a la serie, el gran misterio de la unidad de la materia, y al hallarle, redime a los alquimistas, con elocuentes razonamientos, de un injustificado desdén; como astrónomo, el autor de En el Umbral del Misterio, que goza de una reputación bien
merecida y es descubridor de un cometa que lleva su nombre, establece las bases de una científica explicación del origen y desarrollo de los mundos, donde impera el criterio del Ocultismo, y como antropólogo y arqueólogo halla en ciertas piedras de Extremadura (España) curiosísimas revelaciones, legadas por una remotísima antigüedad en raros monumentos jeroglíficos y paleográficos, donde, por el análisis de hábiles cronologías sidéreas, Roso de Luna descubre el testimonio histórico de la Humanidad que pobló el famoso continente de la Atlántida.
Sí, puedo asegurarlo. Roso de Luna obtuvo esa iniciación en los más altos misterios de la ciencia por esfuerzo propio, antes de que a nadie oyera hablar de la Teosofía ni del Ocultismo; y cuando supo lo que predicaban estas doctrinas, cuando leyó algunas publicaciones de esta clase, regocijado por la tan, al parecer, sorprendente coincidencia de opiniones, buscó con ansia a sus desconocidos hermanos en creencias y apresuróse a brindarles su más incondicional adhesión y concurso. Así fue como Roso vino a llamar a las puertas de la Sociedad Teosófica, en España; así fue como Roso se incluyó en las huestes de los teosofistas, y así fue como los teosofistas españoles pudieron incluir en sus cuadros un nombre digno de tanto respeto.
Roso de Luna ha escrito mucho. En su casa albergaba cierta caja donde tenía escondidos sus originales y los periódicos en que se iban publicando fragmentariamente mil análisis y observaciones suyas. Había allí un hermoso caudal, un tesoro de trabajo hecho, que se propuso ir dando a luz en una serie de libros, al que pertenecen En el Umbral del Misterio o uno anterior, titulado Hacia la Gnosis. En el orden de su aparición, les precedía otro editado en París y puesto en francés por el señor Toro y Gisbert, que se titula Evolución Solar y Series Astro–Químicas.
Declaro francamente que ésta es la obra más revolucionaria en el campo de la astronomía que conozco, y que la empresa de atacar en sus propios fundamentos a la teoría cosmológica de Laplace implica una gran convicción y un enorme atrevimiento, que haría vacilar al ánimo más decidido. Cuando la leí, quedé maravillado: nunca pude imaginar que existiesen tan admirables y originalísimas maneras de ascender al conocimiento y comprensión de la vida de los astros, desde el punto de vista del análisis numérico, para crear una astronomía tan nueva (en los países de la cultura occidental) como hermosa y exacta. Y en este libro, donde marchamos de sorpresa en sorpresa, ponen coronamiento a toda admiración dos capítulos finales denominados Nuestras ideas y el mito y Los atlantes de Extremadura, que desentrañan el valor positivo de remotas tradiciones de países y de razas que existieron en el mundo hace muchos, muchísimos miles de siglos.
Pocos meses después de haber aparecido este trabajo, Roso de Luna publicó Hacia la Gnosis, y ¡caso curioso! para tal libro, entre los muchos editores que en Madrid había, sólo la tan bien reputada casa del inteligente y simpático Gregorio Pueyo aceptó con verdadero placer la misión de editar la obra.
Hacia la Gnosis es un conjunto de estudios donde el autor esparce algunas de sus teosóficas ideas, y de tan sencillo modo como con atrayente forma de literaria creación, consigue que resulten agradables y llanamente accesibles temas de ciencia y de filosofía de carácter tan especial como metafísico y abstruso. En el Umbral del Misterio prosíguese la labor comenzada en Hacia la Gnosis, y tanto éste como el otro libro contienen todo un mundo de ideas; pero un mundo novísimo, donde por sucesivas graduaciones la mente pasa, sin esfuerzos ni violencias, del plano de los fenómenos más vulgares de la vida orgánica e inorgánica, al de las fuerzas ignotas y al de los principios de creación que constituyen el gran secreto de la Ciencia Oculta.
La significación de Roso de Luna como teósofo es muy alta; no pocos tropiezos y obstáculos tuvo que vencer, y no pocas rémoras se opusieron al feliz desarrollo de sus proyectos. Pero Roso era un hombre todo voluntad, y llegó a conseguir lo que deseaba.
¿Ayudas…? No lo penséis; no las ha encontrado… ¿Descrédito…? ¡Oh!, eso, constantemente. Y por si no bastaba la terca prevención de los que ni hacen ni dejan hacer, tampoco han faltado los que dicen que la labor de Roso es obra de locura. ¡Es claro…! ¿Cómo no ha de parecer loco quien piense y proceda sin el menor estímulo de personal interés, en estos días en que tanto abundan las opiniones fundadas en el tanto por ciento, o en los fervores de la egolatría…?
Sí; la enorme, la estupenda locura de Roso estaba en la nobleza de corazón que le impelía a ser, desde el primer momento, un gran amigo de cuantos le hablaban, y en sus altos modos de pensar, que le obligan a sacrificarlo todo por la idea. Todos comprendemos que de sobremesa, cuando está bien harto el estómago y libre el espíritu de preocupaciones enojosas, se dediquen unos instantes a hablar de raras teorías, de creencias esotéricas, de amor intenso a la Humanidad y de consagrar lo mejor de la vida a la práctica del bien y al estudio de altas cuestiones; pero si se trata de dejar esas comodidades de la vida, de exponerse a recibir grandes sufrimientos y sinsabores, de perder hasta el propio reposo, por dar un paso hacia la luz en la dolorosa vía de adversidades que el mundo abre a toda idea nueva, entonces los ánimos faltan, los admiradores desaparecen, y sólo los locos quedan, los locos que saben sacrificarse en aras de un purísimo amor a la Verdad y al Bien.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola muy buena tu publicacion sobre roso de luna, quien es un espiritu muy evolucionado.
estoy en busca del libro evolucion solar y series astroquimicas en pdf (español preferentemente, o ingles)
te agradeceria si lo podes compartir
saludos y muchas gracias
ELG